La arcada de un niño es pequeña, de modo que los dientes cuentan con poco espacio para ir acomodándose. Por ello, los dientes de leche son menos y de menor tamaño que en la segunda dentición (20 al principio frente a los 32 definitivos).
Si se quedaran los dientes de leche en un maxilar muy desarrollado, la apariencia visual sería muy ridícula. De modo que, sabiamente, nuestro organismo empieza a dar paso a la dentadura definitiva cuando nuestros maxilares se han desarrollado lo suficiente.
Un pez de 424 millones de años ha aportado luz al proceso de reemplazo de dientes. Un estudio realizado al pez fósil ‘Andreolepis’ revela que en el inicio de la humanidad, los dientes de los primeros vertebrados estaban fijos y no se caían. En los vertebrados terrestres y peces óseos, un tejido especial («hueso de unión») une al diente con el hueso de la mandíbula. Cuando llega el momento de que se caiga el diente, la unión se separa y entran en escena unas células especializadas que reabsorben la dentina y el hueso de unión hasta que el diente se afloja.
Del estudio se extrae que estos peces al menos mudaron sus dientes cuatro veces durante su ciclo de vida, ya que los investigadores encontraron una especie de cicatrices apiladas por cada hueco de diente perdido. De modo, que al menos podemos decir que el proceso de pérdida de dientes de leche se remonta a millones de años atrás.
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Jesica Equísoain